La melancolía de la temporada...
- Zaimeé Bonilla
- Dec 7, 2023
- 3 min read
Updated: 3 days ago
There is something about Christmas that has always make me sad. Yes, when I was a little girl I couldn't deny how magical and fantastic it was, but around my 6th birthday, everything started to change, and at 44 it is still a mystery.
I have always considered myself a very sensitive, apprehensive and melancholic person. Seasons have always come and go, and with them there is a heavy lift that for some reason dragged me down. As usual I will end up bouncing back on February, and by then I have cried more tears than usual.
I can still remember the celebration of Christmas at my grandparent's house, when abuela was still strong and full of energy. That short, chubby queen was always ready to spoil us in so any ways.
La mañana de Navidad era extremadamente especial en mi casa, pero llegar con los abuelos era otra cosa. Aquellos dos seres eran, por decirlo así, ángeles. El día de Navidad no se podía ir a ninguna otra parte. Ellos requerían nuestra presencia y allá llegábamos, mi mamá, siempre con los regalos a cuestas, yo con el sueño enganchado en los ojos y lista para recibir más, mi hermana, con su eterno mal humor y mi papá con su parsimonioso "no me queda de otra".
En aquella casa de Vista Alegre en Rio Piedras, la primera de la izquierda en la calle Amarillo, la que olía a mangó dulce y a palomas en vuelo. Aquella casita con las tejas y las rejas; con el arbolito en la esquina de la sala. La sala del televisor que se veía pero no se prendía. La casa que olía a pernil y a pollo al horno, a arroz con gandures y batatas. La cocina chiquita y obscura llena de comida y de gente. Los tíos, los primos, el calor. El plato con las avellanas y las nueces; con el abre nueces y los piquitos por si el apretón no era suficiente.
Aquella casa rosa que siempre tenía una lata con bombones y cremas, cubitos de azúcar y galletas Bimbo... La casa de las lozas bonitas, de la puerta de caoba y el plato de azúcar para las reinitas. Con su árbol de Navidad lleno de lágrimas plateadas y esferas cubiertas de hilo rojo satinado. El árbol de las manzanas plásticas y los bastones sin sabor.
Una montaña de obsequios se aglomeraba en su falda con tantos papeles de regalo como se pudiera. Los chicos en primera fila esperando con ansias la repartición, y los adultos con el habla que habla.
Cada año era diferente, bicicletas, muñecas, golosinas, y hasta dinero a cambio de nuestra fascinación y sonrisas... Era feliz, éramos felices y no lo sabíamos.
Ahora, cuando llega esta época, aún años más tarde. Ahora que tengo mi casa y mis hijos, recuerdo con melancolía aquellas largas mañanas de Navidad. Mañanas plagadas de sonrisas, regalos, olor a juguetes nuevos y a sabrosa comida. Olor a perfumes, al cigarrillo de Nando, a los saludos efusivos de la familia.
¡Cuánto diera por volver a vivirlo aunque fuera una vez! Cómo se extraña lo que en el momento no nos satisfacía y que ahora no es más que un recuerdo. Tal vez por eso es que mis Navidades son tan tristes, porque recuerdo y añoro, porque añoro y recuerdo...


