¨Imagine your dream¨
- Zaimeé Bonilla

- Nov 10
- 5 min read

Sentada en mi nueva oficina, rodeada de cosas que estéticamente me gustan y me atraen… Rodeada de mis libros de María Dueñas, joyas literarias que marcaron profundamente un surco trayéndome hasta aquí. En las paredes, cuadros y piezas que he ido guardando con los años, así como he guardado las palabras que he debido escribir. Me fijo en una plaquita que lleva conmigo hace mucho tiempo, que tuve en mi salón de clases para inspirar a mis alumnos y que hoy está aquí diciéndome ¨imagine your dream¨.
Llevo toda mi vida queriendo ser escritora, desde mucho antes de saberlo, ya lo deseaba. De pequeña se me hizo tan simple aprender a leer y a escribir. Cuando ya supe formar oraciones, fui imparable. La gramática, la sintaxis, el contexto; esas cosas que todos odiaban de la clase de lectura, para mi eran como música para mis oídos.
Con el tiempo descubrí la poesía. ¡Qué maravilla poder rimar palabras! Escribí tantos poemas, como sólo una niña de escuela elemental puede. Algunos los regalaba, otros me los quedaba; palabras que se quedaron escritas en algún lugar.
Entre el 5to y el 6to grado me publicaron mi primer poema en un periódico escolar. ¡Qué orgullosa me sentí de aquellas líneas! Probablemente nadie las leyó salvo mi madre, mi maestra y mi mejor amiga. Se sintió bien ser publicada, por ende, quería más. Como publicar algo era impensable, comencé a querer participar en todas las declamaciones de poesía posibles. Se me hacía tan simple aprenderme un poema y decirlo frente a un ciento de personas. Era evidente que no era como las demás niñas, y acá entre nos, eso me gustaba y mucho.
De más grande llegó el reto de las composiciones y los ensayos que en síntesis eran un paseo para mi poderlos escribir. No necesitaba mucho, no necesitaba nada: un lápiz y un papel. Tontamente pensaba que todos debían amar la lectura y la escritura tanto como yo. Que jugar a encontrar palabras nuevas en el diccionario era algo que todos disfrutaban, hasta que me topé de frente con la pared del no ser igual que los demás, de no querer lo mismo que los demás. Ahí llegaron los señalamientos y las palabras hirientes: nerda, estofona, come libros… En ese momento supe que era diferente.
Con el paso de los años me mantuve escribiendo y fantaseando. Siempre con un cuaderno en la cartera y algo con qué poder crear. En inglés o en español, leer y escribir eran parte integral de quien era. No estudié en escuelas con bibliotecas llenas de libros como aquí, los textos eran escasos y los mismos para todos, pero para mí eso no era un inconveniente.
La universidad me pegó fuerte. Por falta de buena orientación terminé en una institución cuya especialidad eran las ciencias y las matemáticas. Me mustié como flor recién cortada: lenta y dolorosamente. Lo único que me salvó de aquel primer año universitario fueron mis clases de lectura, las únicas que me daban algo de satisfacción. Aún recuerdo el primer cuento de ficción que escribí. El personaje era una chica universitaria llamada Marta, una historia de amor en otro país. Con aquel trabajo literario vinieron los comentarios del profesor: ¿por qué te decidiste a estudiar biología?
Aunque cambié de universidad y de concentración, nunca seguí los deseos de mi corazón, y terminé con un bachillerato en Administración de Empresas. Falsa manera de pensar que las letras no te pueden sostener en la vida… ¡Mira la Isabel Allende lo bien que le va!
Un verano en España fue más que suficiente para darme cuenta que nada nunca podría quitar de mi el deseo intrínseco de escribir. Un libro, una semana, un ensayo. Así me pasé las semanas. Para cuando regresé ya no era la misma. Mis estudios en negocios me pesaban, pero ya era ¨tarde¨ para cambiar. Por eso, una depresión y par de años pasaron antes de que decidiera que aquello no era para mi.
Regresé a mi Alma Mater segura de que haría una maestría en redacción. La formalidad de escribir para los medios de comunicación no era lo mío. Redactar noticias y reportajes no era para nada creativo y cambié mi concentración para la teoría de la comunicación. Mis clases fueron más sesiones de filosofía que instrucción. Era un viaje que me fascinaba, y aunque sólo escribía ensayos y trabajos de clase, era feliz... hasta que llegó la tesis.
Me tardé años en terminar aquella investigación, hasta me casé entre una cosa y otra, y entonces vinieron los deseos de ser madre. Terminé la tesis. Escribía como parte de mis responsabilidades para una revista trimestral. Hacía entrevistas, la gente lloraba, publicaba. Eso de alguna forma satisfacía mis ganas de escribir, pero no era suficiente. Colaboré con un periódico universitario. Yo, que me había quejado de la redacción en los medios, me vi haciendo entrevistas a artistas y otras personas para publicar reportajes en la sección de cultura. Y me convertí en madre…
No se en qué momento fue, pero calladamente, casi de manera imperceptible, dejé de escribir. Mis días se llenaron de las tareas características de ser madre. Ya no cargaba con libretas ni lápices, sino con juguetitos y pañales. Mis responsabilidades eran otras, y aquellos deseos de escribir historias, cuentos, de publicar libros, de hacer reconocido mi nombre, los dejé de lado. Aún conservaba los cuadernos, las revistas y los periódicos, pero me quedé sin musa, vacía, seca.
Venir a Estados Unidos no cambió nada. Continué con mis labores de madre y esposa. Adquirí una nueva profesión como maestra de primaria. Tenía ahora que motivar a niños a leer y a escribir con una pasión casi inexistente. Se me dio bien el magisterio. Volví a agarrar el lápiz y el papel para demostrarle a mis alumnos que cinco minutos son más que suficientes para escribir sobre un tema. Y llegó la pandemia.
Casi al borde de perder la cordura por el aislamiento, decidí que un blog no sería mala idea. Escogí un nombre, hice la página y publiqué mi primer escrito, y no lo volví a tocar hasta el próximo año. Aunque técnicamente nunca he dejado de escribir, pues siempre he redactado cosas en algún cuaderno olvidado, la verdad es que aunque me lo propusiera, nunca lo lograba. Me compré un escritorio y preparé una esquina de mi cuarto. Compré una computadora, libros, cuadernos, utensilios. Tenía todo lo que alguien necesita para escribir, menos la inspiración.
Curiosamente ahora que acabo de regresar de un viaje a Europa, decidí que ya va siendo tiempo de sentarme nuevamente. Sigo teniendo mis responsabilidades en el hogar, pero una fuerte inquietud me sacudió al volver. Fue entonces que decidí que en casa nunca lo lograría, y coincidí con este espacio que he preparado cuidadosamente, así como se prepara el cuarto de un bebé. Cada detalle, cada elemento, tiene una razón de ser, incluso la plaquita en la pared que continúa diciéndome ¨Imagine your dream¨.
Y no es que nunca me lo haya imaginado, es que tal vez aquel no era el lugar ni el momento. Con este espacio me he propuesto que ya debe de ser el momento, que ya tiene que ser el momento de tomar en serio mi sueños de escribir y que imaginármelo no es suficiente. Ya va siendo tiempo de vivirlo, de sentirlo, de tocarlo. Y aunque me siento incómoda al salir de mi espacio de comfort, no se siente para nada mal poder decir lo que pienso y que alguien lo lea.
Por el momento la placa se quedará colgada en la pared, hasta que llegue la foto con la portada de mi libro, y entonces cambiaré su lugar. Tal vez la pondré en algún cajón o se la regale a mi hija para que vea que los sueños no sólo se imaginan… también se cumplen.




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